En las montañas de Sogamoso, en el corazón del altiplano Boyacense, una voz resuena con firmeza, empatía y propósito.
Andrea Amaya, enfermera, madre y lideresa del Proyecto MADERA (Mujeres Aliadas por sus Derechos Reproductivos y Autonomía), encarna una lucha que va mucho más allá de la atención médica: defiende el derecho de las mujeres, jóvenes y diversidades sexuales a decidir sobre sus cuerpos, vidas y futuros.
“Soy mamá de una niña de dos años. Trabajo en salud sexual y reproductiva, y veo de cerca cómo la falta de educación integral en sexualidad y acceso a servicios vulnera profundamente a nuestras comunidades”. Andrea resalta que desde su trabajo no cumple exclusivamente una labor técnica, sino una misión nacida desde el reconocimiento de la injusticia y el deseo de cambiar los indicadores actuales de su departamento, pues, aún existen “niñas embarazadas, mujeres juzgadas, profesionales de la salud mal preparados y comunidades sumidas en mitos, tabúes y prejuicios”.
Fundación Oriéntame: ¿Qué necesidad identificaste en tu comunidad que te llevó a convertirte en lideresa?
Andrea Amaya: “Veo todos los días cómo el desconocimiento de los derechos sexuales y reproductivos impacta la vida de las personas”, afirma Andrea. Mujeres juzgadas, niñas embarazadas, profesionales de la salud desinformados y comunidades atrapadas en tabúes y prejuicios: “este es el contexto que le dio sentido político y urgencia a mi trabajo”.
FO: ¿Hubo algún momento que marcó un antes y un después en tu decisión de actuar?
AA: En diciembre de 2023, “una niña de once años desapareció y luego fue encontrada sin vida. Su muerte sacudió no solo al municipio, sino al país entero. Para mí fue un llamado doloroso pero urgente a la acción”. Este hecho se transformó en una bandera de lucha para Andrea, quien ha convertido el conocimiento en una forma de resistencia. Desde entonces, su trabajo se ha intensificado en espacios de capacitación, sensibilización e incidencia, tanto en escenarios públicos como privados. “La gente piensa que hablar de educación sexual es hablar de promiscuidad, pero es todo lo contrario –afirma–. Es hablar de derechos, de cuidado, de dignidad”.
FO: ¿Cómo ha sido para ti la experiencia de formación hacia otros?
AA: Cada proceso formativo ha sido también una experiencia transformadora. “En cada taller no solo comparto conocimiento: aprendo, escucho y entiendo mejor cómo comunicarme con las personas”. Lo que más le impacta es el deseo genuino de muchas personas, especialmente jóvenes. “Hay miedo, hay culpa, pero también mucha curiosidad”, afirma.
“Quiero que seamos
una comunidad proactiva
y no reactiva,
que pase de la
desinformación a la
conversación, del
silencio a la acción”.
En su labor como formadora en la vereda El Pino, municipio de Sogamoso, Andrea ha comprobado que transformar imaginarios colectivos es un proceso lento y lleno de desafíos, “muchos temas, como la interrupción voluntaria del embarazo, siguen generando fuertes resistencias”, señala. Por eso, apuesta decididamente por una educación sexual integral que sea una realidad efectiva en su territorio: una formación continua, sin tabúes, adaptada a cada etapa de la vida –desde la primera infancia hasta la adultez mayor–, que promueva el conocimiento del cuerpo, el respeto por la autonomía y el ejercicio informado de los derechos.
FO: ¿Qué sueñas para tu comunidad en términos de derechos sexuales y reproductivos?
AA: Andrea imagina una comunidad plenamente informada, donde los derechos sexuales y reproductivos se entiendan como parte esencial de la justicia social y la autonomía personal. Más allá de lo pedagógico, sueña con el acceso universal a servicios de salud sexual y reproductiva de calidad: atención integral confidencial y sin barreras ni estigmas. En su visión, las diversidades sexuales y de género deben ser reconocidas, valoradas y respetadas en todos los espacios. “Quiero que seamos una comunidad proactiva y no reactiva, que pase de la desinformación a la conversación, del silencio a la acción”, afirma.
FO: ¿Cuáles han sido los principales retos o barreras en este camino como lideresa?
AA: En tiempos de discursos fundamentalistas, retrocesos legislativos y barreras invisibles, “la mayor resistencia proviene muchas veces de las instituciones mismas”; los prejuicios religiosos, estigmas sociales e incluso desinformación en los equipos de salud dificultan su labor. Frente a ello, apuesta por la formación continua, alianzas con instituciones comprometidas y trabajo comunitario sostenido.
FO: Si pudieras dejar un mensaje o un deseo para tu comunidad y para otras mujeres que quieren trabajar por sus derechos, ¿qué les dirías?
AA: En un país como Colombia, donde los derechos sexuales y reproductivos siguen siendo un terreno de disputa, Andrea Amaya nos recuerda que “los cuerpos y las vidas importan”. Las lideresas comunitarias son faro en medio de los silencios; la revolución de la dignidad se siembra paso a paso, con ternura, con firmeza y con memoria”. Por eso, su consejo es contundente: “Confía en tu voz”.
Su llamado a informarse, educarse, dialogar y actuar atraviesa todo su quehacer. Como ella misma lo expresa: “No se trata de grandes gestos, sino de sembrar conciencia poco a poco, nadie transforma nada sola: teje redes y persiste”. Andrea siembra una pedagogía feminista que desafía mandatos, transforma cuerpos y enciende convicciones. Porque, como ella dice, “el cambio comienza cuando una comunidad decide no quedarse callada”.





