Patricia Meléndez, primera lideresa guna de Arquía, Chocó, defiende su identidad, cultura y territorio con raíces en la lengua, los saberes ancestrales y el tejido comunitario.

En el resguardo de Arquía, en Unguía, Chocó (Colombia), Patricia Meléndez, mujer guna, es reconocida como la primera lideresa de su comunidad. Su liderazgo combina la representación política con la defensa de una forma de vida tejida en la lengua, los saberes ancestrales y el vínculo con el territorio. Para ella, ser gunadule es una práctica diaria que también implica luchar por los derechos colectivos y por la participación de las mujeres en los espacios de decisión.
Patricia se detiene a la sombra de un árbol, con el cuerpo erguido y la mirada atenta. Lleva gafas, una blusa floreada y una falda cubierta de dibujos verdes –plantas, formas, símbolos– es la vestimenta tradicional de las mujeres indígenas gunadule.
Arquía es un resguardo indígena ubicado en el municipio de Unguía, al norte del Chocó, cerca de la frontera con Panamá. Allí hay ríos y árboles que se arquean sobre los caminos. Hay una comunidad: casas de madera construidas sobre pilotes, patios con fogón, palabras que viajan de boca en boca y que resisten.
No tengo miedo de hablar por mi comunidad –dice–,
porque si no lo hago yo, ¿quién lo hará?”
Desde niña, en Arquía, Patricia fue guiada por su abuelo, un cacique, quien le transmitió las historias, canciones y enseñanzas que dieron forma a su identidad. En cada palabra que pronunciaba, dice ella, “él sembraba respeto, sentido de pertenencia y responsabilidad”.
Aprendió a tejer molas, esos tejidos coloridos que, en la tradición gunadule, no se hacen para adornar, sino para contar. Las mujeres han sido las portadoras de ese conocimiento, y ella lo recibió como se recibe algo que exige cuidado y decisión. “Para mí, cada punto en la mola es una historia que cuento con mis manos”, dice. “Cada diseño lleva el recuerdo de nuestros ancestros, de nuestra tierra, de lo que somos y de lo que queremos seguir siendo”.
A Patricia, el liderazgo no le llegó de golpe. Dentro del resguardo, las decisiones se discuten, se cuestionan, se construyen en colectivo. Y fuera, el diálogo con instituciones no siempre es sencillo: hay miradas externas que no comprenden la relación entre territorio, cultura y autonomía.
A eso se suma algo que no siempre se nombra, pero que está: ser mujer e indígena sigue siendo, en muchos espacios, una doble barrera. Defender su forma de vida –lo ha dicho muchas veces– es también una forma de cuidar lo que permanece. Ha sentido el peso de la responsabilidad, pero no ha dejado de hablar. “No tengo miedo de hablar por mi comunidad –dice–, porque si no lo hago yo, ¿quién lo hará?”
Aprendió que liderar implica escuchar, estudiar, dialogar y, sobre todo, vivir con rectitud. “Ser Saila –explica–, autoridad tradicional, espiritual y local, es una forma de ser. Se debe respetar a todos, desde los niños hasta las autoridades, y tener un comportamiento ejemplar. Por su parte el cacique, autoridad más política y representativa, no solo guía con palabras, sino con el ejemplo”.
El territorio, dice, es madre, hogar, fuente de vida e identidad. Allí están las raíces del pueblo, las fiestas, la chicha, los cantos antiguos. Ha visto llegar tecnologías y costumbres nuevas: algunas bienvenidas, otras que obligan a hacer pausas, a discutir en colectivo. “Hemos tenido que adaptarnos sin perder quiénes somos”, dice. Frente a los cambios, la respuesta ha sido organizarse: crear consejos, sostener asambleas, tomar decisiones.
Habla de la política comunal como quien habla de una maestra. “Aquí no mandamos solos –dice–. Somos parte de algo más grande y debemos caminar juntos, aunque pensemos distinto”. Para ella, el liderazgo es una responsabilidad al servicio del bien común. Por eso insiste en la preservación de la lengua guna como parte esencial de la identidad: “Si perdemos nuestra lengua, perdemos nuestra historia y nuestra forma de ver el mundo”. Aclara que se debe transmitir en la vida diaria, en los cantos, en los rituales, en las conversaciones con los más jóvenes. También en momentos íntimos como la celebración de la primera menstruación.
“Si perdemos nuestra lengua,
perdemos nuestra historia y nuestra forma de ver el mundo”.
Patricia participó durante dos años en el proceso formativo de Akubadaura, lo que le dio herramientas para ser exconsejera de mujer, familia y generación en Asorewa; hoy es líder política y trabaja con el Programa de Mujeres Indígenas del Chocó, sus días transcurren entre reuniones, talleres y trabajo artesanal. Todo tiene un propósito: fortalecer la identidad de su pueblo. “No se trata de sobrevivir –dice–, sino de vivir con justicia, derechos y orgullo”.
Sueña con que las nuevas generaciones puedan moverse entre dos mundos sin perder el suyo: que aprendan castellano y usen la tecnología, pero también conozcan las plantas medicinales, los cantos y el valor del trabajo colectivo. “Quiero que las niñas y niños de hoy sean adultos orgullosos de ser gunas y que defiendan su cultura”, concluye.