De vuelta a la vida

A los 16 años me casé con el que fue mi esposo, durante el tiempo de convivencia sufrí de violencia física y psicológica. Después de 36 años de violencia ASOREMI me apoya en mi proceso de recuperación.

Mi nombre es Marta, tengo 52 años, soy residente del municipio de Nebaj. Cuando tenía 16 años me casé con el que fue mi esposo. Desde el momento en que las personas de la comunidad se enteraron de que me casaría me dijeron que no me casara con él porque es una persona violenta, a pesar de los comentarios, me casé.

Al poco tiempo de casados comenzaron agresiones verbales a las que no les di importancia, luego empezó a celarme con uno de sus hermanos agravando los motivos de discusión. Continué viviendo con él porque tenía la esperanza de que algún día cambiaría, pero eso nunca pasó. Estuve viviendo con él 36 años, durante ese tiempo procreamos 15 hijos de los cuales trece están vivos y dos fallecieron. De los trece hijos que están vivos, seis son varones y siete mujeres.

Con el tiempo, las agresiones fueron intensificándose, casi todas las noches llegaba borracho a la casa y me agredía física y verbalmente, diciéndome que no servía para nada, que estaba fea y muchas otras cosas que me hacían sentirme poca cosa; decía que yo mantenía relaciones con otros hombres, pero no era cierto, con el tiempo descubrí que era él quien mantenía relaciones con otras mujeres; tampoco me daba dinero para los gastos de la casa, yo realizaba tejidos y con eso les daba de comer a mis hijos.

Las agresiones también se extendían hacia mis hijos, en especial a mis hijas, ellas recibían maltratos verbales y físicos, durante las agresiones cuestionaba si yo salía con otros hombres. Callé por mucho tiempo estos hechos por miedo a seguir recibiendo agresiones. Una vez le reclamé al que era mi esposo por los golpes que le propiciaba a mis hijas y lo único que conseguí fueron golpes más fuertes, por eso solo veía lo que sufrían mis hijas. No me atrevía a dejarlo porque creía que no sería capaz de mantener sola a mis hijos debido a que estaba viviendo en su casa y yo no tenía a dónde ir.

Durante este tiempo de maltrato muchas veces quise quitarme la vida, pero mis hijos me detenían por lo que seguí aguantando las agresiones, hasta que un día le conté a una de mis hermanas que me quería ir de la casa porque ya no aguantaba la vida que mi esposo me estaba dando, a lo que ella me respondió que quien tenía que irse de la casa era él y no yo, para eso tenía que denunciar y buscar apoyo, me motivó y me llevó a la Defensoría de la Mujer, donde me orientaron y me dieron instrucciones del proceso que debía seguir. Ese mismo día se solicitaron medidas de seguridad y sacaron al que era mi esposo de la casa.

Recuerdo que ese día, cuando lo sacaron de la casa, sentí una calma muy grande, como si me hubieran quitado un gran peso de encima. Pensé que en ese momento todo había terminado, pero mis hijos, al enterarse que habían sacado a su papá de la casa a solicitud mía, se enojaron conmigo y apoyaron a su papá; esto me afectó mucho porque me sentía culpable de lo que estaba pasando, pero recibí orientación de parte de la Defensoría de la Mujer y entendí que nada de lo que estaba pasando era mi responsabilidad. Con el tiempo mis hijos también comprendieron que el único culpable y responsable de las cosas malas que pasaban en la familia era su papá, volvieron a hablarme y recibí apoyo de ellos.

Durante el proceso de denuncia recibí mucho apoyo de parte de la Defensoría de la Mujer / Red de Mujeres Ixiles. Estos apoyos fueron económicos, “pago de transporte, pago de alimentación, atención médica, también me hicieron entrega de una estufa para cocinar los alimentos a mis hijos”; asesoría legal, acompañamiento en los diferentes procesos, acompañamiento psicológico y talleres que me han ido fortaleciendo, mejorando mi autoestima y provocando mejoras en mi vida.

Actualmente me he sentido mejor, me siento libre de realizar mis actividades, puedo salir a hacer mis mandados sin miedo a que me estén controlando.

Este hecho de violencia que viví dejó secuelas en mí, me dan constantes dolores de cabeza, cansancio y falta de ganas de elaborar mis tejidos, que es a lo que me dedico, pero hago el esfuerzo por salir adelante por mí y por mis hijos menores, porque lo que me dan de pensión alimenticia no es suficiente para cubrir los gastos del hogar.

Hago el esfuerzo de darle educación a mis hijos pequeños porque tengo el anhelo de verlos superarse académicamente, oportunidad que no tuvieron mis hijos mayores a causa de la violencia que sufrimos.

Mis hijos menores me indican que se sienten mejor, aunque no tengamos prosperidad económica, lo más importante es que ya no están viviendo los hechos de violencia junto a su padre. Después de que me separé de mi esposo mi familia se acercó a mí porque a causa de mi exesposo nos habíamos distanciado, no permitía que tuviera comunicación con mis hermanos y mis padres, decía que me mal aconsejaban para que yo no cumpliera con las responsabilidades de la casa, cosa que no era cierta, era porque él no quería que ellos se dieran cuenta de las agresiones que sufría por su causa.

Hoy expongo mi historia para motivar a otras mujeres a ser valientes y a denunciar, decirles que los actos de violencia no deben permitirse. Hay cosas que no creemos poder hacer, pero hasta que nos enfrentamos a la situación de violencia es que nos damos cuenta de que podemos superar esos obstáculos y salir adelante.

Sé que hay muchas mujeres sufriendo violencia, conozco a algunas y les he dicho que denuncien, aunque con miedo a que sus parejas tomen represalias en mi contra y en contra de ellas; luego recuerdo lo que viví, por lo que decido apoyarlas para que también puedan tener un cambio de vida.

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