El legado de ALICIA

Descubre cómo las mujeres de Tumaco transforman el territorio con la educación, la empatía y el liderazgo, siguiendo el legado de una lideresa inolvidable: Alicia.

El motor de la canoa ruge sobre el río Mira, mientras nos adentramos en la espesura verde de Tumaco. A bordo, solo con nuestras mochilas, el silencio contenido del viaje es opacado por el zumbido persistente del motor. Al llegar a una pequeña playa, subimos por un sendero de tierra hasta una tienda de ladrillo: un primer piso frente al río, con una ventana donde cuelgan paquetes de papas, galletas y arroz. Detrás del mostrador, aún permanece la hija de la señora Alicia. Nos saluda con una amable sonrisa mientras subimos hacia Vallenato. Aunque Alicia ya no está, su presencia todavía se respira allí. Esa tienda no era solo un negocio: era un punto de encuentro, un consultorio médico abierto, un espacio donde se tejía comunidad. Alicia falleció de forma repentina mientras participaba en una reunión comunitaria sobre el tema de la salud en Tumaco. Estaba en ejercicio pleno de su liderazgo, hablando por su gente, exigiendo mejoras para su territorio. Hasta el último momento, su lucha fue por el bienestar colectivo.

Alicia fue mucho más que una enfermera. Fue una gran lideresa, consejera, defensora y vocera. Una figura capaz de escuchar con atención, de comprender, de atender y ayudar en muchos temas, entre ellos la salud de los habitantes del territorio. Una mujer que, como un nudo fuerte y flexible, unía a su comunidad en los momentos más difíciles. Su fortaleza y flexibilidad se hacían evidentes en los talleres comunitarios donde, a pesar de ser una de las pocas mujeres en medio de líderes hombres, hablaba con firmeza y defendía a su vereda. Al mismo tiempo, era cercana y abierta a escuchar a quienes acudían a ella en busca de apoyo.

Porque Vallenato, como otras veredas de Alto Mira y Frontera, ha sido golpeado durante décadas por la violencia. Desde los años setenta, los grupos armados han peleado por el control del territorio, dejando a su paso miedo, desplazamiento y silencio. En medio de esa historia de conflicto, surgieron mujeres como Alicia, mujeres que, en lugar de huir, decidieron quedarse, resistir y construir desde lo cotidiano.

Ser lideresa en este contexto no es un título, es un acto de valentía, de coraje. Ya en el territorio de Vallenato, en la escuela de la vereda, mujeres de distintas comunidades se reúnen con los miembros del equipo de Yira Castro para hablar de sus luchas, de sus sueños, de sus heridas. Quieren ser escuchadas, participar en las decisiones, romper con el patrón donde la voz pública ha sido históricamente masculina. Alicia abrió esa puerta, y hoy otras mujeres se motivan a continuar su legado.

Una de ellas nos dice con convicción: “A veces creen que por ser mujeres no tenemos voz ni voto. Nos interrumpen, nos minimizan. Pero nosotras sabemos organizar, liderar, proponer. Lo hemos hecho siempre, solo que ahora lo decimos en voz alta”.

El liderazgo femenino en estos territorios no grita, convoca; no impone, acompaña. Se basa en la empatía, en la confianza, en ese saber mirar al otro con honestidad. Alicia era buscada no solo por sus saberes médicos, sino porque sabía escuchar y buscar soluciones. Y ese legado sigue vivo. Muchas lideresas actuales trabajan incansablemente por mejorar la educación: gestionan profesores, dialogan con rectores, reclaman mejoras en infraestructura. Saben que la escuela es la semilla del cambio.

Ese espíritu colectivo también se articula en la Asociación de Juntas de Acción Comunal de Alto Mira y Frontera (Asominuma). Conformada por 33 veredas actualmente, fue allí donde Alicia se convirtió en una de sus voces más respetadas. Hoy, la vocería femenina va en aumento, las mujeres tejen su incidencia en múltiples frentes: como secretarias de las juntas, como organizadoras de reuniones y talleres pedagógicos, como promotoras de procesos de diálogo, entre otros.

Las mujeres aquí son nudos: unen a las veredas dispersas a lo largo del río Mira, conectan historias, enfrentan la estigmatización, crean puentes donde antes solo había muros. Pero todavía falta tejer más. El reto sigue siendo la unión entre todas, porque cuando las mujeres de diferentes veredas se juntan, su voz se amplifica, su incidencia crece y la esperanza de transformar el territorio se fortalece.

Las lideresas también son clave en los procesos de paz; no en las grandes mesas de negociación, sino acompañando los pasillos de la escuela, las asambleas comunitarias o la fila del puesto de salud. Son ellas quienes pueden tender puentes con los actores armados, generar espacios de diálogo con respeto y reconocimiento, porque conocen el territorio, porque lo habitan, porque lo sienten.

¡Así resuena el legado de Alicia!

Hoy su tienda sigue en pie. Su hija sigue atendiendo. Y en cada reunión, en cada esfuerzo por mejorar la educación, por unir veredas, por construir paz, hay un pedazo de su legado. Un hilo más en este tejido colectivo que las mujeres lideresas del territorio siguen armando, puntada a puntada, nudo a nudo.

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